miércoles, 23 de mayo de 2007

Vos sos tu propio ritmo. Algo así como una declaración de principios.

Está ese fino límite entre quien sos vos para vos y quien sos vos para los demás. Por supuesto, cada uno de esos “demás” tiene o tendrá una versión tuya determinada (no sos la misma para A que para B), de la misma forma que no sos vos siempre la misma para vos (tenemos esos días en los que nos llevamos mejor con nosotras mismas, otros días mucho peor y así). Pero siempre somos por algo: se nos reconoce por nuestro estilo, nuestros gustos, por donde vivimos, por como hablamos, por como escribimos, por lo que hacemos. Digo todo esto porque cada una de estas cosas son parte fundamental de un artista y lo que hace. Y también de alguien que escribe sobre arte.
Diana Aisenberg dijo alguna vez algo muy lindo sobre mí: comparó mi forma de escribir con alguien que escribe canciones, una tras otra, una por día. Esa era yo: la chica que daba vueltas por ahí, que observaba todo y luego se encerraba en su pieza a escribir una canción-texto que lo resumiera todo, que intentara decirlo todo en una mirada escrita. Me encantó que se me comparara con una songwriter, porque si bien no soy una compositora, hago música o intento hacerla lo mejor posible por lo cual me sentí muy identificada.
Una canción o un texto son formas de estar con los demás. Lo mismo que una obra. Cuando un artista hace una obra una parte suya está con los demás. Con otros que conocés y otros tantos que no y por ahí nunca conozcas. Cuando se me ataca se me ataca específicamente por como escribo, por lo que pienso, por mis elecciones. De la misma forma que un músico elige un instrumento y un estilo, elegí ir modelando mi voz en diálogo con aquellas obras que realmente me dijeran algo. Porque las obras siempre te dicen algo. Lo genial fue que el diálogo enseguida se hizo plural, aparecieron muchas voces, empezamos a compartir cosas. Por supuesto, enseguida aparecieron aquellos que necesitan boicotear la comunicación de los demás. Es delirante, pero es así. Ese es su placer. Gente que utilizaba una forma copada de diálogo para tirar mierda a los demás. Debe ser como cuando utilizan una canción para una propaganda de un producto sin tu autorización. Debe ser horrible que se utilice una obra tuya para algo con lo que no estás de acuerdo.
Todo este tiempo que estuve guardada estuve escribiendo. Mucho. Muchísimo. Llenando cuadernos. Tachoneando y volviendo a escribir.
Marcelo Yrurtia me mostró un viejo disco de Lou Reed que se titula “Creciendo en público”. El problema es cuando esto se convierte en una obligación más que una elección. Sentí que se me demandaba eso todo el tiempo. Que había caído en mi propia trampa. Que yo era yo cuando escribía un texto por día. Que estaba forzando mi ritmo. Porque, como adivinarás, hay días que tengo ganas de publicar cinco textos y no lo hago porque no me interesa aburrirte. Y otros en los que me interesa escribir poemas solamente para mí. Letritas que me hablen a mí.
En estas semanas me pasó de todo. A veces somos dueños de nuestro ritmo, pero muchas veces tenemos que movernos al compás de otros que no nos identifican, y no sé si está bueno mostrar eso. Fue entonces cuando pensé algo tan simple como esto: “soy la chica que escribe (una chica que escribe, entre tantas) pero no específicamente la chica que escribe todos los días.” Es algo tan simple como eso: soy una chica que escribe sobre el arte de su tiempo y lugar. Y escribe siempre. Y muchas veces publica mucho y otras no. Amiga Chica Voladora: vos sos una escritora de canciones como yo. Sabés de lo hablo.
Hace muy poco falleció mi mamá. Si bien fue una larga enfermedad, no dejó de ser sorpresivo. Y dolorosísimo. Otra vez me vino la pregunta ¿¿cuento esto?? ¿¿lo incorporo a lo que estoy escribiendo?? ¿¿crezco en público??
Cada cosa que vivís modifica tus percepciones. De cada obra, del mundo. Porque una obra es algo dentro de tu mundo, está vinculada con cada cosa que vivís, no es ajena. No para mí.
Estando triste, muy muy muy muy triste fui a arteBA. Y me colgué viendo los premios. Y me pasaron y sentí un montón de cosas. Fue un torbellino. Calmo, pero torbellino al fin. De todo esto escribiré en los próximos días.
Pongan “Oh my lover” de PJ Harvey (Peel Sesions, tema 1) y apreten play.
Sólo una última cosa, antes de terminar: no tengo ningún estilo, al menos no en un sentido de cálculo. Escribo como puedo. Y como tengo ganas.
La pequeña escritora de canciones está de regreso.
Un, dos, tres...va.