jueves, 14 de junio de 2007

Un uso mujer para la historia del arte ¡¡todas somos heroínas anónimas!!

Cuando la periodista le preguntaba qué se sentía al saber que millones de chicas de todo el mundo se sentían identificadas con ella, Liv Tyler le contestó: “No se sienten identificadas conmigo, sino que quieren ser la princesa elfa Arwen, del mismo modo que cuando yo era chica soñaba y jugaba a ser la princesa Leia Skywalker y no Carrie Fisher”.
Y es que todas quisimos y jugamos a ser Asuka Langley, la Mujer Maravilla, las Sailor Moon o Storm, de los X-Men. Pero sí es raro que una chica juegue a mimentizarse con las mujeres que fueron dejando sus huellas en las miles de imágenes que conforman la historia del arte, como Judit (que decapitó a Holofernes) o Salomé (que bailó para Herodes Antipas), o la flotante Ofelia (¡¡siempre haciendo la plancha!!) o la pasional y siempre sensual María Magdalena, o las siempre intensísimas Narcisa o Eva.
En cada una de ellas se mezcla el arquetipo con las virtudes y vicisitudes de la mujer común, con las vueltas del destino. Pero hay algo que no puedo dejar de pensar y es en las miles de heroínas anónimas que posaron para ser inmortalizadas en tantas telas y esculturas. Miles de chicas que enamoraron los ojos de artistas que a su vez las elevaron a la categoría de mitos sin dejar de ser ellas.
Lula Mari es una pintora increíble, buenísima, que vuelve una y otra vez a ponerse en sintonía con estas heroínas desdobladas en grandes mitologías, del mismo modo que todas nos identificamos en algún momento con Dana Sterling de Robotech. Lula investiga ahí, en qué significa históricamente ser mujer, en cada pliegue de emoción, en cada técnica de construcción pictórica del personaje, en la captación de torrentes de historias y sensaciones encontradas que se arremolinan sobre cada una de estas protagonistas tantas veces secretas.
Porque hay muchas formas de ser Ofelia, tantas como tantas existieron a lo largo de los siglos, habitando lienzos y lienzos y lienzos. Y así sucede con cada uno de los personajes que tuvieron que aprender a convivir con situaciones terribles, a disponer su cuerpo para semejante aventura.
Disponer el cuerpo y la mente, cada gesto, cada músculo, cada mirada es repensar cómo fue pensada la vida culturalmente, qué significó ser mujer en cada época. Porque existen formas y formas de afrontar el destino, de modelarlo, de hacerle frente y proponerle un estilo de réplica. Todo estilo es a la vez luminoso y trágico, porque se compone de esa guerra interminable contra lo impuesto, con el deber al que nos arroja el mandato social.
Lula Mari es una exploradora de los misterios de la forma que los siglos han mantenido en resguardo, como sabiduría y memoria del destino.